A media asta.

Posted by Eduardo Flores | Posted in , | Posted on 1:30

Entre atareado y más pensativo de lo habitual he vivido este día de triste efeméride. Justo en el centro de todo cuanto me rodeaba: la realización de un trabajo para su exposición en unos días, el repaso diario de la novela en la que me empeño, las labores del hogar, la familia,… Como decía, en el primer plano de mi existencia en un día como hoy, he recreado inconscientemente, con la injusticia propia de la distancia temporal, el patio de armas de la base Mostar Aeropuerto en Bosnia i Herzegovina completamente nevado y en su centro, la bandera española ondeando a media asta como si de la llama de una vela se tratase. Más allá, al otro lado de la ciudad, coronando de forma siniestra el monte Hum, una cruz enorme se dibujaba rememorando los sesenta días de bombardeo intensivo de que fue objeto la ciudad del Neretva.

Aún hoy puedo traer de aquellos días el profundo dolor que sentí al comprobar que la compasión que había dedicado a los bosnios durante los meses que llevaba en ese país tan hermoso y a la vez tan castigado, me era aplicable a mi persona por los mismos motivos. Dolor acentuado si cabe, por la lejanía de la patria, concepto que asumo tan real como determinante, en sus momentos más duros.

Ese mismo día, once de marzo de dos mil cuatro, recuerdo que salimos de patrulla por la tarde. El conductor del vehículo, un madrileño entre consternado y colérico, dedicó al marroquí encargado de comprobar la documentación a los vehículos que abandonaban la base, la más fiera de las miradas a la vez que estampaba contra la ventanilla un escudo de la comunidad de Madrid. Aquel marroquí no pudo más que agachar la cabeza sin otro trámite que el de hacernos ver su vergüenza por algo en lo que ni siquiera su religión tuvo algo que ver.

Recuerdo que aquel día las palabras habían abandonado la zona española de la base. Sólo las lágrimas que jamás se llegaron a verter podían ofrecer la verdadera esencia del sentir que todos experimentábamos.

A veces es una tortura pensar que uno pudo tener algo que ver en los crueles y cobardes asesinatos de Madrid, por haber formado parte de una invasión a la que ya quedan pocos argumentos que puedan hacer de bálsamo por los pecados cometidos. En algunos momentos puntuales pienso en que soy capaz de escribir un poema en el que expresar a la nada y por completo, el grito pleno que sólo las heridas más horribles son capaces de dar.

Pienso que nosotros, hijos afortunados en el seno de la burbuja occidental, los ciudadanos españoles, aquel festival de muertes nos mostró en nuestra propia casa la verdadera realidad del mundo en que vivimos. Porque aunque no seamos capaces de entenderlo, primer mundo es sólo un tercio del planeta, o quizás menos, y a nosotros nos tocó la lotería. Entiéndase, los que nacimos con la democracia, claro está. Pero aquel día no. Nos tocó la lotería hasta aquel once de marzo.

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