Vuestra amistad, mi homenaje.

Posted by Eduardo Flores | Posted in , , , | Posted on 13:29

No sé si será simplemente tristeza resumida en verbos intransigentes, lo que sin el más mínimo sentido de la piedad se nos dibuja allá a lo lejos, ondeando torpe y sobresaliente, en el filo del cuchillo que es el horizonte. Puede que también "Nos sobran los motivos" acústico, con otra "Juanita Desamparo" -nombre de mi guitarra- reverberando en la ausencia que es este piso vacío, se me clave en el incierto punto de la médula que día a día me destruye, o me perfila mirando al mar, como alguien hiciera alguna vez desde la Torre Tavira.
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En cualquier caso, tengan mis amigos, poetas al fin y al cabo; los que lo saben y los que no, los que en algún retazo de la manta tomaron café conmigo, los que ya no gozan de cuerpo presente para hacer el amor con los ojos,... tantos. Sí, a vosotros, apasionados compañeros en la corrida donde cornea el verso vertiendo la sangre en las tardes de la madrugada: Luis, Charo, Manolo, Valero, Fernado, José Aurelio, Chencho, María,... Miguel, Antonio, Charles, Francisco, Ángel, Pablo,... Y tantos otros.
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Tengan un humilde presente.
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No pretendo morir en tierra seca
sino en esta miseria tan amable:
esta alegre ribera inalcanzable.
Me torturé los pies con la hipoteca
que nos concede el mar como otra beca
para poder seguir el inestable
rumbo y ritmo, el camino deplorable
del ser que de continuo vive y peca.
El firme serpenteo driblo puestos;
estratégicas casas de mentira.
Y vomito unas bilis cuando paso:
¡Pero en qué coño piensan todos estos,
quemándose sus vidas mientras gira
la suerte de las letras, sin ocaso!

Entre el humor y el erotismo, un soneto (más).

Posted by Eduardo Flores | Posted in , , , , , | Posted on 14:50

ante la exquisitez hoy descubierta,
incipiente manjar; los humedales
femeninos clamando mis labiales
caricias, al secreto de su puerta
me vi. La habilidad un punto incierta
despejé muslos, quise ver tales
disfrutes al sendero de frutales,
temblores de mujer soñar despierta.
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Qué cosa de sabores éste vicio,
aunque más a mujer el beneficio
-no levantes la cabeza- sugirió.
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Y entre tantos gemidos, en mi oficio
depositados tiempo y suplicio,
con agua de su orgasmo me duchó.

"Se Necesitan Voces" Parte 2ª

Posted by Eduardo Flores | Posted in , , , | Posted on 0:21

El número ciento quince de la avenida Isabel La Católica se erigía frente a mí con la impresión de ser un obstáculo insalvable, como si tratase de acabar con mi búsqueda de lo extraño. Pero no. Entré directamente atravesando el portal, caminando con paso firme sobre la alfombra que me conducía al ascensor. El edificio tenía un aspecto antiguo, decorado con un refinamiento de maderas, mármol y espejos. Su aspecto avivaba la sensación de osadía que invadía mi cuerpo. Marqué el botón del piso quinto. Subía, pero..."¿qué se supone que he de hacer cuando llegue a la puerta que he estado buscando con tanto entusiasmo?" pensé mirando a las lámparas que iluminaban el habitáculo ascendente. La respuesta me llegó de inmediato, preguntaría si se trataba del sitio del que procedían aquellos anuncios, aquellas demandas que daban la impresión de no estar buscando nada realmente. Sí, se trataba de eso, “esos mensajes no buscaban nada” o al menos esa era la única conclusión a que mi mente podía alcanzar.
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Una puerta moderna; de una madera seguramente cara, con pinta de estar fuertemente blindada; no parecía tener mirilla alguna. Me llamó especialmente la atención la placa plateada que se enmarcaba a un lado de ella, en la que rezaba un mensaje que ya me era conocido: Se necesitan voces. Llamé. Pasaron cinco minutos desde que había llegado hasta ella, y llamé. Realmente no sabía muy bien cuáles serían mis primeras palabras porque, empezar con la pregunta "¿No le parece a usted un poco extraño su reclamo?" no se me antojaba para nada adecuado. Se abrió la puerta muy lentamente, apenas el espacio para que la persona abría, asomará el haz que desprendieron sus ojos grises a través de la oscuridad que regaba la estancia.
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- ¿Qué desea?
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Una voz ronca, cansada, despertó mi atención aún más si cabía. Sin embargo no fui capaz de pronunciar palabra alguna, sin saber qué era lo que producía en mí ese mutismo tan ridículo. Desde luego si no pretendía dar la nota y parecer un loco antes de llamar, eso mismo había tirado por tierra. Sin duda era esa la sensación que podía estar ofreciendo.
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- ¿Qué desea? ¿Se va a quedar ahí callado mucho tiempo? Pase.
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Una enorme figura de oso me invitaba a pasar. Tras repetir la misma pregunta con la que me sorprendió su voz, se llevó su cuerpo hacia dentro de la estancia.
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- Verá, señor, solo quería saber...
- Ya sé qué quiere saber. Por eso le he dicho que pase.
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El piso dormía en un silencio y una oscuridad absoluta; producía una sensación placentera, se respiraba a limpio. El pasillo por el que seguía a tan extraña figura era largo, parecía que jamás se llegaría al final pues su penumbra no permitía ver más allá del hombre que caminaba a unos tres metros por delante de mí. Juro que nunca llegué a ver dicho final, porque a pesar de mirar directamente intentando descubrir cualquier cosa, entré en la misma habitación en la que me había precedido el hombre de los ojos grises, sin conseguir nada.
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La habitación era muy amplia, limpia y ordenada; todas las paredes gozaban de estanterías que daban la impresión de estar mirando hacía un gran muro de contención. El hombre de los ojos grises y yo estábamos en una inmensa biblioteca. En el centro de ésta había una mesa de despacho de una caoba cuidada pero vieja. El hombre de los ojos grises se sentó en un solemne asiento detrás del escritorio, con la mano, me ofreció asiento frente a él. Yo hice lo propio mas no podía controlar mi vista que daba vueltas, mirando cada centímetro de la habitación.
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- ¿Le gustan los libros joven?
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Me preguntó mientras hundía su mano en una larga barba gris que le terminaba en el pecho. Su voz volvió a sorprenderme. Parecía casi un estruendo.
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- Sí señor, me encantan-. Respondí con timidez.
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- Ahora, le daré las respuestas que creo debe estar esperando.
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Con ésta introducción comenzó a hablar durante un rato, mientras, yo bebía cada palabra suya con atención:
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"Llevo toda una vida cultivando el arte de la literatura. He leído a los clásicos, con un oficio de deber y de pasión; me he dejado cautivar por aquellos imperecederos poemas, que nacieron a partir de los sueños, de los más grandes poetas, hijos fabulosos de las tierras del mundo; he llorado y he reído con cada obra de teatro que magnifican y simplifican el mundo en sus escenas. Sí. Toda una vida, en el único camino que lleva a comprender la realidad de todas las épocas, a través de historias, ensayos, poemas... porque sabe una cosa joven amigo, todos los géneros son el mismo género; mescolanzas de maneras de contar, de enseñar; mediante la sincera pureza, que sólo son capaces de expresar y padecer los sentidos. Sin embargo, joven amigo, aquí y ahora, todo muere."
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Cerró los ojos como si quisiera mirarse por dentro, y calló. Abrió sus grises constelaciones al momento y me preguntó:
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- ¿Sabe realmente qué le trajo hasta aquí?
- Señor, no podría decirle exactamente. Pero,… el mensaje que leí en el periódico, y que más tarde se iba imponiendo en mi camino, me provocó una curiosidad insaciable. Decidí buscar su origen.
- Buscar el origen-. Repitió meditabundo el anciano.
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No sabía que pensar, sólo que ese hombre que se rascaba la barba en su trono, estaba consiguiendo captar, aún más, mi atención. Corrí en busca de una respuesta sencilla, inmediata, al asunto del misterioso anuncio del periódico, de los panfletos, del metro. Ahora, lejos de estar encontrando el fin simple que esperaba, la intriga aumentaba. No tenía la menor idea sobre cuál era la intención del extraño, que me invitaba a sentarme en su casa, que me hablaba apasionadamente de literatura; y, en el eco de mis pensamientos volvió a aparecer la demanda harto ya conocida: Se necesitan voces.
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- Se necesitan voces.- Sugerí de pronto, intentando llevar la conversación a la línea recta.
- Así es joven amigo.- Y entre su bigote y su barba se dibujó algo parecido a una sonrisa, para después seguir hablando:
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"Ese reclamo, al que sólo usted, joven amigo, ha acudido, se trata de mi obra final.
Yo solo no habría podido llevarla a cabo, sólo alguien con un espíritu gemelo al mío puede ayudarme a acabarla. ¿Sabe usted? son malos tiempos estos que corren desaforados. Se extiende sobre el universo una amplia nebulosa de oscuridad. He vivido ciento catorce largos años, de los cuales, arrastro de camino a la tumba innumerables recuerdos, cada uno de distinta índole, pero casi ninguno tan triste como los que me llevan a estos dichosos últimos años. Como dijo aquel poeta:
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Perdió la calle
en el fatal proceso de las gentes
toda la poesía que le quedaba;
volaron las almas desoxigenadas,
la savia pícara e imprudente.
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Se esfumó
el cortejo del vida-andante
con el asfalto enloquecido;
las carnes de gallina,
y los salmones
de las grandes avenidas.
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Si alguna vez pierdo
al igual que las aceras y las farolas;
la pluma crédula y ansiosa,
la mar vertiginosa.
No me dejen vivir
porque ya habré muerto.
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No sé si me sigue, joven amigo. La televisión se cobra gran parte de nuestras vidas de una manera corrosiva, en su vil maniobra de distracción; la literatura sólo goza de los secos lechos, de aquellos ríos por los que una vez izaron sus velas las ideas, de libre muestrario para el ciudadano de a pie. Incluso las escuelas, abusan, según ideales políticos, de sus doctrinas como un mero medio de difusión. Nada es poético joven amigo. Nada. "
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Ante tal disertación, quedé conmovido, al sentir la tristeza con la que se expresaba el cuerpo centenario que se encontraba frente a mí.
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- ¿Y qué espera de mí, exactamente?-. Pregunté.
- El destino le trajo a mí. Así que debe ser usted quien me ayude.
- Pero ¿Cómo?
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"Dentro de tres días cumpliré ciento quince años, y con ello, moriré. Me quedan tres días de vida, y al menos, quisiera morir con la tranquilidad de poder dejar mi herencia en buenas manos. No tengo hijos, ni familiares conocidos. Mi herencia es toda la obra que cronometra una vida que pronto acaba, como debe ser. Quiero que usted se quede con todas mis pertenencias. Pero de entre todas esas cosas, muchas de ellas, banales, están los libros que he ido escribiendo a lo largo de mi existencia. Jamás vi correcto por mi parte publicarlos. Primero, porque pensé que no eran necesarios; por entonces la humanidad poseía grandes hombres que les regalase los impulsos adecuados; ahora, tampoco deben ser publicados. El mundo necesita que se reconstruya humanamente y ahí mis libros no pintan nada. El mundo, cómo le diría... Se necesitan voces. El ser humano de hoy necesita de voces propias de sus gentes, voces que quiebren a los Best-sellers, que alcen tanto la voz que el comercio no pueda con ellas. Por todo esto quiero dejarle a usted mi legado. No para que lo publique, aun sabiendo, que una vez que yo muera, usted podría decidir a su antojo; sino para que le dé buen uso, porque sólo necesito mirarle a los ojos para saber que es usted escritor, y que sabrá perfectamente que hacer con tal herencia."
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Sólo una vez volví a la calle Se necesitan voces. Nº1. 2º Dcha. Ya no quedaba la más mínima huella, del paso de aquel hombre con voz de estruendo, barba gris, y ojos también grises. A la semana de haber vuelto, después de la charla que mantuve con él, se pusieron en contacto conmigo los señores de un bufete de abogados. Sí. Acepté la herencia que aquel anciano me dejaba habiéndome conocido tan sólo en unas horas. De entre todas las cosas estaba aquel legado que pronto se convirtió en mi mayor tesoro. Los libros del anciano me sonreían, me lloraban, me enseñaba a vivir con sus lecturas. Jamás tuve riqueza mayor hasta el día que los recibí como propietario.
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De toda ésta historia hace ya cuarenta años. Actualmente vivo de lo que escribo. He escrito muchos libros, todos ellos publicados y bien vendidos; todo se lo debo a él. Nunca publiqué su obra tal y como él deseaba; sólo se la mostré a aquellos que merecieron ser dignos de ella, puestos a prueba gracias al método que el sabio me enseñó. La pudieron leer las personas que al igual que yo, tenían que… necesitaban, reconstruir el mundo como alguien quiso una vez que se hiciera; con nuevas voces, voces puras que nunca tuvieran la necesidad de usar su fuerza en la palabra, para decir: Se necesitan voces.

"Se Necesitan Voces" Parte 1ª

Posted by Eduardo Flores | Posted in , , , | Posted on 2:21

"Se necesitan voces." Eran las únicas dieciséis letras que se distinguían en el anuncio.
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Sumido en un café sanguinolento me encontraba en aquél el primer día de mi existencia. Hacía ya rato que sentía cierta crispación de nervios al ver cómo se alternaban las nubes y los humos procedentes de la ciudad en el vasto azul, “cosas de la vida” pensé. No sé, un principio de injustificada ansiedad. La vida transcurría con su sencillez diabólica, dejándose ir cuando, rindiendo honor al significado de la palabra azar, decidí otear la hoja de periódico más que pisoteada que el viento vino a traer a mis pies. Harto de ver la escena monótona que la calle presta a quien le dedicase un momento de atención, no se me ocurrió mejor distracción que esa. Además, la calle, seguiría rodando en todo momento, podía volver luego a mirar la película. Sus gentes, la mayoría, caminaban distraídos en sus propias luchas; otros, mantenían conversaciones que muy a pesar mío, mis oídos no alcanzaban a escuchar.
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Tras un tiempo con la vista anclada al papel sin llegar a leer palabra alguna, tropezaron mis ojos con un anuncio. Uno de esos de las secciones de anuncios por palabras que suelen traer los periódicos, en los que la mayoría ofrecen una serie de serios servicios lúdico sexuales. En el anuncio en cuestión, se podía leer un mensaje que despertó en mí, un olfato lobuno y una enrome curiosidad: Se necesitan voces. Más aún porque justo debajo de él, no figuraba ni un solo número de teléfono. Como único contacto para poder acudir a su reclamo se mostraba una dirección: C/ Se necesitan voces. Nº 1. 2º Dcha.
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Desperté del ligero letargo en el que andaba sumido tras la insólita lectura. Llevaba casi veinte minutos con el maldito anuncio encarcelado en el presidio que puede llegar a ser la mente humana –nada entra y nada sale-, una especie de vuelo estacionario. Me había quedado completamente absorto ante cosa tan rara, pensando "un anuncio cuyo único enunciado coincide con la dirección de contacto" "pero ¿quién coño hace algo así?". No paré de darle vueltas una y otra vez. Me animó. Ya digo, el día no parecía ser más fructífero que el anterior, o el anterior del anterior. Y aquello, tenía su punto literario, un conato de misterio.
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Pedí otro café. Creí llegar a la conclusión de que podía -por qué no-, intentar ir a esa dirección y hallar el motivo de su existencia. Por otro lado, dar con la persona que lo colgó en el periódico. De cualquier manera nada tenía mejor que hacer. Hacía meses que no escribía una sola palabra -para qué-, con la carrera que llevaba, casi daba igual escribir algo hoy que dentro de seis meses; iba a ser lo mismo, seguiría trabajando en la misma mísera y repugnante tienda de repuestos y me limitaría a seguir publicando mis poemas y mis cuentos por donde quieran que cayesen, a los que por cierto, no entraban más que amigos cuyos comentarios de apoyo, contribuían a aumentar mi desánimo.
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Dejé la cafetería en su sitio, y yo hice del mío, el desarrollo de la avenida sin nombre, rumbo a encontrar referencias para poder llegar a lo que ocupaba la mayor parte del espacio en mis pensamientos: la calle "Se necesitan voces". Caminaba dándole a esta historia motivos fantásticos para seguir adelante mientras mi escepticismo luchaba de forma feroz, por impedir la estupidez de buscar el origen de un anuncio por palabras en el que, ni se ofrecía nada, ni se demandaba nada, al menos, cierto a simple vista. La lógica, me hizo suponer, que encontraría el final de mi búsqueda rápidamente si acudía al callejero de la ciudad que guardaba en la guantera de mi coche.
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Mientras que abría la puerta del viejo Ford Orión, tuve la sensación de que todo no podía ser tan fácil. No me equivocaba. Saqué el viejo callejero de la guantera, que ya era viejo, cuando después de haber cambiado el nombre de la propiedad sobre el vehículo en una gestoría, su antiguo propietario tuvo la amabilidad de dejármelo. Sabía que llevaba poco tiempo en la ciudad. Le di mil y una vueltas al dichoso callejero y no encontré una sola calle cuyo nombre se le pareciese a la ya obsesionante dirección del anuncio. Un azote de desesperanza me cegó la mente y por lo pronto, no se me ocurrió nada más que castigar la guantera cerrándola de un portazo. Me dije "a ver, tranquilo ¡Cómo has podido pensar que una calle pueda llamarse de tal manera, coincidiendo con el enunciado de un estúpido anuncio por palabras! No dejaba mi conciencia de tener razón, sin embargo, tampoco me ayudaba demasiado su eco de sentido común. Por un momento estuve a punto de dejar mi ridícula búsqueda de lo imposible, y de largarme a casa, pero algo en mi interior me sometía a ella como si al final del camino fuese a encontrar algo “algo. Pero,… qué”.
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Después de algo más de una hora de meditar y meditar, sentado en un banco de la alameda donde estaba aparcado el coche pensé "quizá si llamaba al periódico podría conseguir la verdadera dirección del sitio que buscaba" depositando toda mi esperanza en esa opción. Así que, subí al auto dispuesto a dirigirme a la cueva, que es como me gustaba llamar al piso del alquiler en el que me guarecía del mundo, y una vez allí, llamaría al periódico. Ocupé el asiento del coche que me correspondía para manejarlo, y al tiempo que introducía la llave en el contacto, una imagen se me planteó sorpresiva y veloz al mirar de reojo, en un acto reflejo, a través del parabrisas. Pegado al cristal y sujeto con la goma del limpiaparabrisas, un sencillo panfleto de color verde oliva cuyo enunciado se vertía con letras de estilo gótico sobre la celulosa curtida, demasiado familiar para limitarse a una extraña coincidencia: Se necesitan voces. Seguida al enunciado, la dirección de la discordia.
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No pude evitar mirar a mi alrededor. Nadie parecía ser el culpable del delito de trastornar mi salud mental con misteriosos anuncios. Salí del coche, cogí el panfleto, lo doblé, y partí como un rayo hacia la cueva. Ahora estaba más seguro que nunca de querer conocer el origen del mensaje.
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Abrí la puerta de aquello que podía llamar hogar y salté al lugar donde tenía el teléfono. Agarré la guía como agarra un ave de presa a su pieza, y empecé a pasar páginas como un poseso. Después de varias búsquedas erróneas me di con el nombre del periódico, su dirección, y su ansiado número de teléfono. Seguidamente marqué los números en el aparato hasta que una voz de mujer respondió:
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- La noticia impresa, buenos días ¿en qué puedo ayudarle?
- Buenos días. Verá, he encontrado un anuncio en la sección de anuncios por palabras de su periódico y estoy bastante interesado en él. Mire, la dirección debe estar equivocada porque coincide con el enunciado del anuncio. No creo que exista, no aparece en los callejeros de la ciudad.
- Pues, no sé cómo podríamos ayudarle porque...
- Señorita, el anuncio dice tal que así "Se necesitan voces".
- De acuerdo, vamos a ver… Ha tenido suerte.
- ¿Cómo dice?
- Le digo que ha tenido suerte. Ese anuncio se lleva publicando desde hace cinco semanas y los encargados de publicarlo tuvieron el mismo problema que usted, así que esperaron a que el anunciante volviese a llamar para preguntarle si todo estaba correcto.
- ¿Entonces?
- ¿Tiene lápiz y papel a mano?
- sí.
- Aquí tiene: Avd./ Isabel La Católica. Nº 115. 5º D.
- Muchas gracias señorita. Tenga usted un buen día.
- Gracias, igualmente.
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Por fin parecía ver un poco de luz en todo esto, pero las incógnitas, cobraban más fuerza después de los datos aportados por el periódico. No había ningún error, porque de hecho, en el panfleto aparecía igualmente la misma dirección, llamémosle, misteriosa.
Con las mismas, cogí las llaves del coche. No sabía si las iba a necesitar pero al menos, el callejero sí me sería útil, y salí a la calle como una exhalación.
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Me decanté por ir andando hacia la boca de metro más cercana y usar el transporte público para llegar a mi destino. Empezaba a sentir un ligero pellizco en el estómago, se lo atribuí a que la hora de comer andaba cerca. Sin embargo, mi Yo interno sabía perfectamente a qué se debía ese pellizco: estaba a punto de alcanzar el final de este extraño periplo. Mi emoción no podía hacer más que aumentar, y desquiciar mis nervios. Pensé, que por muy estúpido que fuera el final de esta historia, el hecho de haber estado inmerso en la búsqueda había alejado mi a mi mente de la escritura. Últimamente todo se había convertido en un auténtico martirio: La ansiedad ante el ordenador, la pantalla en blanco, montones de hojas sueltas alrededor; con apuntes, imágenes,...
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"No puede ser", "¡Pero qué demonios...!"
"Se necesitan voces." Anunciaba el banner que adornaba el mamparo del vagón en el que me encontraba, camino del fin del mundo, y en éste momento, con cara de gilipollas. El tren paró. Salí del vagón sorteando a la gente, y emboqué las escaleras que me llevarían a la calle, y ella, a mi inmediato y esperado destino.