UNA SONRISA DE ROSAS

Posted by Eduardo Flores | Posted in , | Posted on 14:42

Dicen de él, las gentes del lugar de los acontecimientos, que marchó un día sin explicación alguna. Cuentan, que su estancia se prolongó dos años, tiempo en los que anduvo por las calles de la ciudad, sin un rumbo determinado. Vagabundeaba sonriendo a los niños, jugando con ellos con una alegría que ya no se llevaba por aquel entonces; que esos pequeños lo adoraban. Arrastraba su humilde figura por los parques, los jardines, los cementerios; por todas las calles y barrios.
Jamás se le conoció nombre alguno, cada cual lo llamaba de la manera que mejor le parecía que podía llamarse. Unos pensaban que tenía cara de llamarse Alberto, otros, Juan; pero realmente, nadie conoció su verdadero nombre. Además, cada vez que alguien lo llamaba por cualquier motivo, con un nombre improbablemente el suyo, siempre respondía con el único lenguaje que parecía usar: Una sonrisa de rosas.


Dicen de él, que podía pasarse las horas muertas mirando las flores, que en ese preciso y único momento podía vérsele con una pizca de tristeza en los ojos. Los vecinos de la ciudad rompían las paredes, especulaban con su vida. Hay quien dice de él, que fue profesor de una universidad muy importante de la capital y que, su gran capacidad intelectual volvió loco de remate. Se cuenta también, que su rostro era muy parecido al de un torero que hacía algunos años arrasaba en las plazas del país, que en un momento indeterminado, dejó los ruedos, para vivir en completo anonimato. Eran muchas las versiones que sobre su vida se vertieron pero que jamás se pudieron demostrar. Como es de esperar no faltaron las personas, que lo llegasen a tratar mal, fruto del desconocimiento que su presencia les imponía. Según me contó una anciana, un día en el que aquella sombra humana, andaba con los ojos en una simple maceta de la que florecían unos preciosos geranios, unos desalmados, no contentos con burlarse de él, lo empaparon con gasolina y le prendieron con el mismo fuego del infierno, obsequiando la triste figura cuyo corazón era neutral en el ir y venir de la vida, con un poco de sus miserias personales. “Sus gritos silenciaron las voces de la ciudad” acabó diciendo la anciana.


Algunos cuentan que oyeron su voz. Que siempre que se encontraba parado ante algún montón de flores, antes de irse, solía susurrar un nombre de mujer que nadie jamás recordó. Tal vez, aquella tarde que el suelo que pisaba se convirtió en una pira, declamaba ese mismo nombre femenino.


Nadie, jamás, lo vio pedir limosna alguna, según me contaron. Solía ir a misa todos los días, a una iglesia distinta cada vez; pero que en ningún momento lo vieron pedir limosna en las puertas. Tampoco nadie lo vio desempeñando trabajo alguno que pudiera sustentar su caminata continua.
Muchas mujeres me reconocieron que se trataba de un hombre atractivo, que les parecía muy raro que un hombre así no tuviera mujer. Pero al final todas coincidían en lo mismo: ¿cómo una persona tan rara iba a estar con nadie?


Sólo una persona de la ciudad me pudo contar, un hecho del que nadie más en la ciudad me pudo dar constancia. Me dijo, que el día de todos los santos, lo pudo observar durante todo el día y toda la noche, petrificado y sin poder dejar de llorar en un banco a la puerta del cementerio. También me comentó que, en su vida, no había visto tantas flores como en aquel día. Que a pesar de ser un día caracterizado porque la gente llevaba lo más nutrido de los jardines al cementerio, aquel día fue especial por la gran cantidad de hermosos ramos que se movían por las aceras. Él mismo me confesó sus propias conclusiones, atribuía la tremenda llorera del hombre de la calle, como lo llamó, por todas las flores que pudieron pasar por delante de su persona, y que por ello, su parálisis en el banco frente al cementerio.


El día en que se fue, todas las personas que me contaron historias sobre él cuentan, que una extraña sensación de vacío sintieron en su interior, y que de tal manera, adivinaron que aquel hombre sin nombre que solía jugar con los niños de la calle, se había marchado para siempre.
Hay quien dice que, ese día, alguien lo vio mirando un jardín abandonado por la mano del hombre en la estación de trenes; otros me afirmaron, que pasaron justo por su lado cuando éste se encontraba sentado en un noray del puerto, de espaldas al mar.


Quizá lo más impresionante de la historia puede ser, que todos descartaban la idea de que hubiese muerto. Simplemente se marchó, al igual que hubo un día en que llegó.

QUE MAS DA

Posted by Eduardo Flores | Posted in , , , , | Posted on 8:49

qué más da señora que me sigas orillando
en cada amanecer,
cada mañana
en el lado izquierdo de mi conciencia,
en el extremo dubitativo de mi almohada,
si no tienes necesidad;
si no me alumbras el incipiente día
con las estrellas
de la noche que ya pasó,
con las que soñaré
las futuras noches que vengan a poblar
las presentes soledades.