PRESENTACION DE "ULISEN CAI"

Posted by Eduardo Flores | Posted in | Posted on 10:52


Ante la presentación del libro "Ulisen Cai" esta tarde en Puerto Real, y con motivo de una mayor difusión de la noticia, voy a dejar aquí le nota de prensa publicada por lavozdigital.com.


También anunciar, que tras la presentación de la obra, varios poetas puertorrealeños, daremos lectura a algunos de nuestros poemas para goce o disgusto, de aquellos que asistan al evento.





"El Salón de Plenos del Ayuntamiento de la Plaza de Jesús será sede hoy, a las 20:00 horas, de la presentación del libro de Florencio Ríos Brizuela "Ulisen Cai. Relato Cuántico". El acto está organizado por la tertulia poética Luis Pérez Agüera en colaboración con el Ayuntamiento de Puerto Real. A Florencio Ríos, conocido popularmente en Cádiz como "Chencho", recrea en su libro "Ulisen Cai" la obra de James Joyce, como éste hizo con la de Homero y sitúa a Ulises en el corazón de Cádiz. Una odisea literaria de 500 páginas configurada mano a mano, entre el autor y 360 personas, la mayoría de ellos gaditanos, escritores, poetas, y periodistas, a quienes se cita en el final de la aventura. "Chencho", que a efectos gráficos se hace llamar "Zócar", emplea la técnica del collage literario, como Borges o Cortázar, la fragmentación y defragmentación hasta convertir el caos en unidad. Entre las numerosas exposiciones de Florencio Ríos, cabe destacar las realizadas en la sala de exposiciones de Gas Andalucía, en el aula de Cultura del Ayuntamiento de Chiclana, Casa de la Juventud de Cádiz, Grupo Ars Dexeo en la primera muestra de arte experimental urbano, Mercado de arte drago, Primeras jornadas para el desarrollo del hombre contemporáneo, Arte por la paz, y el XXIII Certamen de la Academia de Bellas Artes de Cádiz Ruiz Brizuela ha trabajado como ilustrador en medios de comunicación y en revistas literarias, en la actualidad regenta una librería de libros de segunda mano en Cádiz."

(En su original, el color de la portada del libro es azul. Esto del diseño de blogs, a veces, se me hace un mundo)

COMPAÑERA

Posted by Eduardo Flores | Posted in , , , , | Posted on 10:27

Que te brinden las flores compañera
de mis tantos silencios regalados
llenos son -sin hablarte, tan cansados -
quedos en estos labios de madera.


Que te brinden los soles venerados
lo que te niego, rosa mañanera;
del amor, el sonido, canastera,
mudas palabras salmos musitados.


nosotros compartimos sinsabores
nos mezclamos unidos con la vida
lloramos y reímos contra el mundo


luchamos con el fuego por colores
de la bandera blanca por guarida
¡Amándonos! Amor pleno, profundo.

ESTADOS CARENCIALES

Posted by Eduardo Flores | Posted in , , , | Posted on 18:51

en estados carenciales
lo mejor,
es atiborrarse de querellas contra uno mismo;
desahogar el espacio de otras vivencias,
ir acompasando los ojos
en los ires y venires
de las olas ajenas;
colgar la toga, el martillo, y la sentencia;
poner un pause indefinido
en el reproductor,
acomodarse en la poltrona
del vérselas venir.

en estados carenciales
un ocho coma dos en la escala Richter
es igual,
al pestañeo de la mujer deseada
lejana al tacto,
lejana al tacto;
un tsunami, apenas fuerte marejada
en el estrecho.

en estados de temblor injustificado;
en estados de aletargadas emociones;
como de liga de fútbol
ya acabada;
como de corrida
de toros ensimismados,
lo peor,
es querer estar enamorado
o estarlo plenamente.

en estados carenciales
el tiempo,
lucha con su deber
de curarlo todo;
se hace enemigo de a dos espadas,
bandera pirata
ante la costa
prometida.

en estados carenciales
la vida adquiere manos
de mujer.

LAS VERDADERAS HISTORIAS DEL JARDIN DE LAS DELICIAS (Parte 1ª)

Posted by Eduardo Flores | Posted in , | Posted on 20:58

Al caso, no me vanaglorio de mis aventuras porque, bien es cierto que por más que lo intenté, a pesar de las malas lenguas, en los días de mi existencia jamás conseguí doblegar las voluntades de las dos extrañas criaturas que vinieron a joder el paraíso del que yo era dueño. Mi enemistad con el Verbo, surgió a partir de estos frustrantes sucesos.

Los días en el Edén siempre regalaban de azul los techos del paraíso. Muy en contra de lo que las bocas humanas cuentan en un incómodo futuro, Adán fue la segunda bestia que logró dominar el paso a dos patas sobre el placentero follaje del Jardín de las Delicias, único lugar conocido. A Eva la conocí, aunque de vista, mucho tiempo antes: ella vagaba de un lugar a otro, siempre ocupada con el resto de los seres, haciendo tal o cual cosa. Su cuerpo, parecía tener una belleza que tanto la vida vegetal como animal admiraba sobremanera. Acaso, pudiese ser que yo, única vida inteligente en el lugar, jamás apreciase dicha belleza. Es más, Eva, me parecía un ser de lo más tonto, prueba de ello, los largos baños de los que disfrutaba constantemente en el brazo de agua Fisón, chapoteando de allí para acá regodeándose entre carcajadas.
Podría decir que la vida en el Edén me era de lo más agradable. Eso se traduce en que nunca tuve miedo, convivíamos criaturas de toda índole, de depredadores malhumorados a flores sonrientes. Nada era víctima de nada. Cada cual vivía a su antojo, disfrutar de la vida era el destino de todas y cada una de las bestias que compartíamos ese paraíso de cielos azules, suelos de esmeralda, y aguas de nube. Tan sólo, en un par de ocasiones, recuerdo que la vida se tiñese de un ocre muy extraño: el día en que nació Adán y el día en que esos dos bípedos inconscientes osaron desafiar la muy extrema, a mi juicio, confianza que el Verbo les otorgó a ambos.

El día que el Verbo, mi jefe directo, aceptó de forma ilícita la petición viciosa de Eva de tener un semejante, una vez más la estupidez de Eva y la condescendencia de éste ante este tipo de ser, yo ya me veía venir que dicho acontecimiento tendría consecuencias terribles para nuestra comunidad. Su gestación se prolongó durante siete días a partir del momento en que el Verbo se llevó a Eva a una nube para discutir, en una lengua muy rara como habladurías de elefante, los aspectos del acuerdo al que ambos llegarían. Durante los siete días de los que hablo, a Eva se le inflamó el vientre y se le tornó a un color anaranjado de forma gradual. Pese a su mal aspecto, vomitivo en todo caso y, lo dice alguien que engulle con placer pequeñas criaturas aún vivas, Eva vivió su gestación con el ánimo suficiente para extender el tiempo de sus baños; reír a carcajadas con sus amigos: felinos, insectos, y flores; e ir a tratar del contrato en varias ocasiones más con el Verbo a su nube preferida.

Adán vio la luz rodeado de todos los seres del paraíso entre risas y frutos. Qué le iba a hacer. Como gestor del Verbo en el transcurrir de la vida en el paraíso, fui testigo de los primeros llantos del nuevo habitante. Ya, sus primeros sollozos, me dieron mala espina. Ello, quedó grabado en mi memoria como la primera vez que un animal lloraba en el Jardín de las Delicias del Verbo, y al igual, que fui testigo de los llantos de ese día, hube de serlo de los llantos en el resto de los días que lo siguieron hasta la actualidad, a lo largo y ancho de lo que hoy conocemos como planeta Tierra.

El Verbo daba claras muestras de su alegría, dobló el número de aves que surcaban los cielos en acrobacias dispares. Me comentó, que el tono ocre de las cosas era un fenómeno desconocido para él; me dijo que, el hecho del nacimiento de su Hijo era algo extraordinario, que ese sería el motivo, con explicación o sin ella, nada habría de preocuparnos. Hasta aquel día jamás había disentido de sus ideas. Más aún, porque me resultaba lo suficientemente preocupante que él, creador de todo y de todas las criaturas vivas, no tuviese la más mínima idea de porque sucedía tal fenómeno.

Nada de mi existencia ulterior a los diecisiete años siguientes al nacimiento de Adán han podido asemejarse a mi pasada vida en el Edén. Cumplió, aquel indeseable, los diecisiete primeros años de su vida rodeado, como vino al mundo, de la mayoría de las felices criaturas del paraíso. La fiesta duró todo el día y toda la noche, hasta que uno por uno, los animales fueron a sus hogares a quemar la resaca de júbilo que los había embargado durante toda la jornada. Una vez solos, Adán pidió a Eva que dieran un paseo hasta el brazo de agua Fisón para refrescar sus cuerpos. No llego a alcanzar si ya, en la disparatada cabeza del joven, se había forjado la estupidez que muy pronto nos costaría a todos el aire que respirábamos.

En el horizonte, el sol poniente les daba los buenos días con pobres rayos de luz y calor. Eva jugaba con el agua: se zambullía, iba hasta el fondo, se impulsaba con los pies y salía de súbito a la superficie asomando, la parte de su cuerpo que abarcaba desde más abajo del ombligo hasta su mojado cabello alborotado por el agua. Adán relajaba su cuerpo tumbado bocarriba sobre la lánguida superficie del río, hasta que después de varias zambullidas de Eva, decidió observarla en el momento justo cuando ella hacía su aparición desde las profundidades. La imagen de ella lo turbó sobremanera: su rostro mostraba un claro cambio de ánimo, de la necesidad de relajación a una especie de nerviosismo acalorado. Entonces sucedió, y cómo no, me pilló trágicamente allí, encaramado al dichoso árbol de la ciencia del bien y del mal, intentando alcanzar una apetitosa manzana cuya disposición llevaba ya rato fastidiando mi entusiasmo.

Apenas podía creer lo que veían mis ojos. Adán abrazaba con violencia el cuerpo de una Eva que aunque parecía confundida en un principio, después, sin saber yo muy bien por qué, se dejó llevar en ese nuevo juego que yo ignoraba por completo: en medio del silencio perjudicado por leves chapoteos, esos dos estúpidos seres se mordían con ansias los labios: él le abarcaba los senos con fuerza desde atrás mientras Eva, con su torso inclinado hacia adelante, recibía las jadeantes acometidas de aquel Adán tan desconocido para mí hasta el momento. Sus juegos, sus mordiscos, sus extrañas maneras de divertirse duraron toda la mañana. La manzana me importaba ya muy poco. Todo ese jolgorio de carne no se me antojaba nada bueno, y así vi confirmadas mis sospechas cuando, en vez de latir con fuerzas como todos los días el sol, el ambiente se hizo de un tono ocre que casi creo se podía respirar. El mismo tono ocre que se esparcía por el Jardín de las Delicias el día en que Adán llegó a la vida.