Pepito Marín.

Posted by Eduardo Flores | Posted in , | Posted on 18:27

Razonar –o tratar de hacerlo- el motivo que me impulsa a volcar sobre mi pedacito de lienzo en la red algunas reflexiones mundanas de andar por vida, se está convirtiendo en un problema ridículo que podría dar lugar en el pensamiento de cualquiera a tenerme por poco menos que un loco. El hecho de razonar por escrito dicho razonamiento afirmaría la breve tesis del mencionado cualquiera. No obstante, de vez en cuando, ignoro el vértigo de escribir para decir nada.



Me sorprendo, indagando en la ideología de Pepito Marín, la increíble lucidez del nombre-muchacho que permanece a la sombra elegíaca del poeta Miguel Hernández. Leo y releo con desmedido interés, los documentos de carácter ensayístico que de su pluma se conservan y que recién han llegado a mis ojos. Acaba uno de asumir cada una de sus afirmaciones y apenas puede evitar la sensación de encontrarse ante un gigante, cuya avanzada edad ha dado para llegar a las conclusiones que sólo una gran erudición sería capaz de concebir. Luego vuelvo a su biografía y el asombro, se hace aún mayor con la reafirmación de su temprano fallecimiento a los 22 años. No consigo hacerme una idea de cuánto pudo significar en la vida del poeta oriolano las enseñanzas y el mismo espíritu del pensador que firmaba con el seudónimo de Ramón Sijé. Repaso de memoria los versos de Miguel, que me asedian al pensamiento, mientras leo a Pepito y pienso que, salvando las distancias formales o tangibles, el espíritu de Sijé permaneció más allá de la trágica Nochebuena de 1.935 en que su cuerpo se alzó en el ultimísimo momento para escribir en la pared “Eternidad: cuando el hombre muere, el tiempo empieza”. Resulta innegable la sabiduría de aquel muchacho que murió por no resistir su cuerpo la vitalidad que exigía su intelecto.

La vida y persona de Pepito Marín me hace reflexionar en algo que leí no hace mucho en blog amigo y por lo que ya en su día tuve la impresión de identificar como piedra que no me golpeaba por primera vez: el tiempo. Tenemos las horas contadas, qué duda cabe, y a uno no le queda más remedio que pensar en las palabras que seguramente no le dé tiempo a escribir acabado el turno. Otra cosa es que, después del brillo de un game over más o menos digno, esas palabras que sí favoreció el latido sirvan a alguien como es el caso del pequeño gran filósofo que guió los primeros pasos del poeta de las tres heridas.

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