Miedo del miedo (Parte II)

Posted by Eduardo Flores | Posted in , | Posted on 22:19

Por fin avanza, inquieta la mano que sujeta la linterna, por el primer tramo de pasillo, diez metros tal vez. Cada dos pasos apoya su espalda contra la pared y así poder controlar ambas direcciones, vanguardia y retaguardia, por un momento. Piensa en las causas que podrían originar el misterioso ruido que lleva acosándole durante toda la noche. De todas las opciones, ninguna le parece válida. Cada vez está más cerca de la esquina, algo le podría estar esperando al doblar. La luz de la linterna está perdiendo fuerza y… de súbito se detiene, se encarama a la pared pero no gira la cabeza, su vista está centrada en la pared que frente a él, en la esquina que tuerce a la derecha, se clarea apenas por la ahora enfermiza luz de la linterna. Se siente rígido, incapaz de dar un paso más lucha por identificar el extraño bulto que le espera, justo al final del tramo de pasillo. “Parece alguien sentado” piensa sin querer con el pecho rompiendo en cada latido como un fuerte oleaje. “Pero no puede ser una persona, es más pequeño; ¿un niño tal vez? ¡Pero por todos los santos…! ¿qué puede pintar aquí un niño? ¿cómo puede haber entrado? Y lo que es más… ¿para qué…?” Un hola en un leve susurro recorre los metros que le separan de una extraña visión. “Oiga, usted ¿cómo ha entrado aquí?” pregunta al aire cuando por fin parece notar un movimiento en la figura desconocida.
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Poco a poco nuestro vigilante en un acceso de curiosidad, camina con paso corto sin dejar de apuntar a la pared donde cree haber visto algo. A medida que avanza y se acerca va aumentando la velocidad hasta llegar al último metro de penumbra en el que por fin puede comprobar que la imaginación puede jugar malas bromas. Pero sin querer ha llegado al extremo del pasillo, justo donde tuerce a la derecha para prolongarse en el segundo tramo, más largo y más oscuro que el primero.
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Ha bajado la guardia. Camina con el alivio de saberse torpemente sugestionado por la soledad nocturna de su profesión. Casi goza de una estúpida felicidad al sentirse a salvo de sí mismo pero, a medida que se interna por el largo pasillo vuelve a dibujar imágenes aterradoras en su mente. De pronto vuelve a recordar el origen de la ronda: los extraños ruidos. Llega a la altura de uno de los interruptores de la luz y para su mal comprueba que el pilotito naranja que lo señaliza está apagado. Recobra el nerviosismo que creía superado, golpea con más miedo que acierto el interruptor pero no por ello, a pesar de pulsarlo varias veces éste no enciende la luz del pasillo. Tiene ganas de correr cuando desde dentro, desde el patio, un infierno de cristales acribillan el silencio de la noche rompiéndose en mil pedazos. “lo sabía, alguien acechaba desde la claraboya” piensa mas no le tranquiliza. “deben estar entrando ¿qué hago? Así no puedo reaccionar ante nada” se sabe impotente ante lo que ocurre.
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Acelera el paso hasta abandonar el segundo pasillo y por fin llega al final del tercer tramo. Sabe que ha de asomarse a la esquina desde la que podrá observar el patio. Piensa en que, desde que escuchó romperse los cristales no ha vuelto a escuchar ni un solo ruido más y eso lo pone aún más nervioso.
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Nuestro vigilante se asoma por la esquina y rápidamente vuelve a esconder la cabeza. Una vez a cubierto cierra sus ojos y no consigue entenderlo. Cree haber visto todo tal y como estaba la última vez que pasó por el patio gobernado por incontables macetas. Una vez más vuelve a asomarse, esta vez con más calma. Pero nada. Nada parece haber cambiado y tras mirar hacia arriba, en dirección a la claraboya, la observa intacta. Una vez más piensa en todo, repasa cada situación. Han pasado cuatro horas desde que empezó a no encontrarse bien. Vuelve al cuartucho.
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Ahora está fresco. Su ausencia ha hecho que el aire acondicionado se esparciera sin obstáculos por toda la habitación. Eso le relaja. Se quita el cinturón, enciende el televisor y trata de olvidar toda la serie de estupideces que ha estado haciendo durante tanto tiempo. Se puede decir que respira con normalidad, ello le incita a encenderse un cigarrillo. Estira las piernas mientras exhala el humo hacia el techo, se siente agotado. La falta de sueño le hace entrar en estado de relajación, se atenúan sus sentidos. Da una última calada al cigarro cuando, de detrás de la puerta, unos pasos acelerados interrumpen el pulso de nuestro vigilante y de un golpe, se abre la puerta.

Miedo del miedo (Parte I)

Posted by Eduardo Flores | Posted in , | Posted on 10:28

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Menos que una brisa de origen desconocido agita los tallos y en ellos, las hojas de las plantas que habitan el patio central del piso, al otro lado de la ventana del cuartucho. Todas las ventanas interiores dan a él. Nuestro vigilante se estremece al pensar por un momento que, de entrar alguien, podría hacerlo perfectamente por ahí. Es más, se dibuja a la perfección en su cabeza la escena intrusiva y silenciosa. “Al menos es preferible encontrar a alguien por ahí fuera, merodeando los pasillos porque… y si no es así ¿qué otra cosa puede estar acechándome?” No quiere volver a mirar más la ventana. Cada vez está más seguro que si algo le ataca o lo da un susto de muerte, lo haría por ese mismo lugar.

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“Otro ruido más y salgo a echar un vistazo”. Sin embargo iban tres las veces que nuestro vigilante argumentaba su valentía, escudado detrás de una cuestión de tiempo. La butaca, aunque cómoda en principio, parecía vibrar con cada sístole y diástole provocando en el celador cierta impostura expectante, una posición de guardia alta mal disimulada ante una posible presencia oculta, vaya usted a saber dónde. Frente a la butaca, la ventana entreabierta apenas deja otear la tenebrosa oscuridad que tras el vuelo de un visillo permeable, amenaza con un estallido de rostros, tal vez, gobernados por dentaduras inenarrables, ojos de todos los tamaños, caramelizados por finos truenos de rojos derramados. Así mismo se encuentran los suyos a causa del número de noches como esta, en la que sentado en una confortable butaca, se siente observado por un ente o criatura que atenaza sus músculos con el sólo poder de su inexistencia.

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Se finge interlocutor consigo mismo “¿no hace más calor ahora?” Mientras, un leve sonido apenas perceptible hace eco en sus oídos. “Sí, no estoy solo. No me estoy volviendo loco. Ahí, justo ahí, detrás de la puerta debe haber algo ¿cómo si no…? “discurre a la par que su atención se fija en el pomo de la puerta. Lleva más del tiempo que cualquiera pudiera considerar normal en cualquier situación, más incluso que si esperase a alguien. No pestañea y de súbito, quizá el momento esperado se acerque: inclina raudo su cuerpo en una extraña posición de defensa. Justo en el movimiento, su mente proyecta de forma clara lo que hace unos instantes, era el giro perfecto y lento del pomo de la puerta que no hizo más que revelar el reflejo de un mínimo movimiento de cabeza, multiplicando por mil su velocidad. “No aguanto más” El cigarro se ha quemado en sus dedos agudizándose el dolor con el sólo respirar jadeante. “Debo salir fuera, dar una ronda y tal vez, al comprobar que todo esto no es más que mera sugestión podré continuar con la jornada sosegado y sin sobresaltos” No es así como nuestro vigilante se debate entre salir a echar un vistazo o seguir en la butaca temblando por lo desconocido.
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La luz que ilumina el cuartucho en el que ejerce su retén acusa una leve bajada de tensión. Lívido, la sangre se le detiene y ya no soporta más la idea de permanecer más tiempo sujeto a la espera de que lo inevitable se le derrame por la venta o la puerta de forma sorpresiva. Casi abraza la incipiente aventura cuando baraja las posibilidades de una intrusión fortuita sin una sola buena intención. “Para eso estoy aquí se supone” piensa en un espejismo parecido a la valentía. “Así que de acuerdo. Fuera de esta habitación no hay nada porque… he cerrado, y me he asegurado bien de ello, la puerta que da al exterior del edificio; todas las habitaciones están ocupadas menos una por lo que las ventanas de las mismas están controladas” una vez más un ruido, sordo y duradero vuelve a sonar al otro lado de la ventana: otro sobresalto “ todo está más que controlado por más que ese maldito estrépito me haga creer otra cosa pero… la claraboya…”

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Ya de pie, golpeadas las arrugas del pantalón producidas por el ajetreo sobre la butaca, agarra con falsa firmeza el manojo de llaves reposado sobre la mesa, junto a la puerta que le separa de lo que él asegura como lo extraño. Le sudan las manos, la izquierda aprieta el manojo de llaves, la derecha resbala en el pomo dorado con exasperante torpeza. La puerta abierta a su espalda, extrae de su cinturón la linterna ya encendida por los nervios. El primer tramo del pasillo se extiende delante de él. A su derecha, la oscuridad del patio le empuja con fuerza hacia la pared de la izquierda para, con algo más que cautela y sin perder de reojo la amplia macetilla, avanzar en busca de la nada. Una vez más, el mismo sonido que lleva aterrorizándolo toda la noche domina sobre el silencio por un tiempo que a nuestro vigilante se hace eterno.