"Se Necesitan Voces" Parte 2ª

Posted by Eduardo Flores | Posted in , , , | Posted on 0:21

El número ciento quince de la avenida Isabel La Católica se erigía frente a mí con la impresión de ser un obstáculo insalvable, como si tratase de acabar con mi búsqueda de lo extraño. Pero no. Entré directamente atravesando el portal, caminando con paso firme sobre la alfombra que me conducía al ascensor. El edificio tenía un aspecto antiguo, decorado con un refinamiento de maderas, mármol y espejos. Su aspecto avivaba la sensación de osadía que invadía mi cuerpo. Marqué el botón del piso quinto. Subía, pero..."¿qué se supone que he de hacer cuando llegue a la puerta que he estado buscando con tanto entusiasmo?" pensé mirando a las lámparas que iluminaban el habitáculo ascendente. La respuesta me llegó de inmediato, preguntaría si se trataba del sitio del que procedían aquellos anuncios, aquellas demandas que daban la impresión de no estar buscando nada realmente. Sí, se trataba de eso, “esos mensajes no buscaban nada” o al menos esa era la única conclusión a que mi mente podía alcanzar.
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Una puerta moderna; de una madera seguramente cara, con pinta de estar fuertemente blindada; no parecía tener mirilla alguna. Me llamó especialmente la atención la placa plateada que se enmarcaba a un lado de ella, en la que rezaba un mensaje que ya me era conocido: Se necesitan voces. Llamé. Pasaron cinco minutos desde que había llegado hasta ella, y llamé. Realmente no sabía muy bien cuáles serían mis primeras palabras porque, empezar con la pregunta "¿No le parece a usted un poco extraño su reclamo?" no se me antojaba para nada adecuado. Se abrió la puerta muy lentamente, apenas el espacio para que la persona abría, asomará el haz que desprendieron sus ojos grises a través de la oscuridad que regaba la estancia.
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- ¿Qué desea?
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Una voz ronca, cansada, despertó mi atención aún más si cabía. Sin embargo no fui capaz de pronunciar palabra alguna, sin saber qué era lo que producía en mí ese mutismo tan ridículo. Desde luego si no pretendía dar la nota y parecer un loco antes de llamar, eso mismo había tirado por tierra. Sin duda era esa la sensación que podía estar ofreciendo.
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- ¿Qué desea? ¿Se va a quedar ahí callado mucho tiempo? Pase.
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Una enorme figura de oso me invitaba a pasar. Tras repetir la misma pregunta con la que me sorprendió su voz, se llevó su cuerpo hacia dentro de la estancia.
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- Verá, señor, solo quería saber...
- Ya sé qué quiere saber. Por eso le he dicho que pase.
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El piso dormía en un silencio y una oscuridad absoluta; producía una sensación placentera, se respiraba a limpio. El pasillo por el que seguía a tan extraña figura era largo, parecía que jamás se llegaría al final pues su penumbra no permitía ver más allá del hombre que caminaba a unos tres metros por delante de mí. Juro que nunca llegué a ver dicho final, porque a pesar de mirar directamente intentando descubrir cualquier cosa, entré en la misma habitación en la que me había precedido el hombre de los ojos grises, sin conseguir nada.
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La habitación era muy amplia, limpia y ordenada; todas las paredes gozaban de estanterías que daban la impresión de estar mirando hacía un gran muro de contención. El hombre de los ojos grises y yo estábamos en una inmensa biblioteca. En el centro de ésta había una mesa de despacho de una caoba cuidada pero vieja. El hombre de los ojos grises se sentó en un solemne asiento detrás del escritorio, con la mano, me ofreció asiento frente a él. Yo hice lo propio mas no podía controlar mi vista que daba vueltas, mirando cada centímetro de la habitación.
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- ¿Le gustan los libros joven?
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Me preguntó mientras hundía su mano en una larga barba gris que le terminaba en el pecho. Su voz volvió a sorprenderme. Parecía casi un estruendo.
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- Sí señor, me encantan-. Respondí con timidez.
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- Ahora, le daré las respuestas que creo debe estar esperando.
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Con ésta introducción comenzó a hablar durante un rato, mientras, yo bebía cada palabra suya con atención:
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"Llevo toda una vida cultivando el arte de la literatura. He leído a los clásicos, con un oficio de deber y de pasión; me he dejado cautivar por aquellos imperecederos poemas, que nacieron a partir de los sueños, de los más grandes poetas, hijos fabulosos de las tierras del mundo; he llorado y he reído con cada obra de teatro que magnifican y simplifican el mundo en sus escenas. Sí. Toda una vida, en el único camino que lleva a comprender la realidad de todas las épocas, a través de historias, ensayos, poemas... porque sabe una cosa joven amigo, todos los géneros son el mismo género; mescolanzas de maneras de contar, de enseñar; mediante la sincera pureza, que sólo son capaces de expresar y padecer los sentidos. Sin embargo, joven amigo, aquí y ahora, todo muere."
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Cerró los ojos como si quisiera mirarse por dentro, y calló. Abrió sus grises constelaciones al momento y me preguntó:
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- ¿Sabe realmente qué le trajo hasta aquí?
- Señor, no podría decirle exactamente. Pero,… el mensaje que leí en el periódico, y que más tarde se iba imponiendo en mi camino, me provocó una curiosidad insaciable. Decidí buscar su origen.
- Buscar el origen-. Repitió meditabundo el anciano.
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No sabía que pensar, sólo que ese hombre que se rascaba la barba en su trono, estaba consiguiendo captar, aún más, mi atención. Corrí en busca de una respuesta sencilla, inmediata, al asunto del misterioso anuncio del periódico, de los panfletos, del metro. Ahora, lejos de estar encontrando el fin simple que esperaba, la intriga aumentaba. No tenía la menor idea sobre cuál era la intención del extraño, que me invitaba a sentarme en su casa, que me hablaba apasionadamente de literatura; y, en el eco de mis pensamientos volvió a aparecer la demanda harto ya conocida: Se necesitan voces.
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- Se necesitan voces.- Sugerí de pronto, intentando llevar la conversación a la línea recta.
- Así es joven amigo.- Y entre su bigote y su barba se dibujó algo parecido a una sonrisa, para después seguir hablando:
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"Ese reclamo, al que sólo usted, joven amigo, ha acudido, se trata de mi obra final.
Yo solo no habría podido llevarla a cabo, sólo alguien con un espíritu gemelo al mío puede ayudarme a acabarla. ¿Sabe usted? son malos tiempos estos que corren desaforados. Se extiende sobre el universo una amplia nebulosa de oscuridad. He vivido ciento catorce largos años, de los cuales, arrastro de camino a la tumba innumerables recuerdos, cada uno de distinta índole, pero casi ninguno tan triste como los que me llevan a estos dichosos últimos años. Como dijo aquel poeta:
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Perdió la calle
en el fatal proceso de las gentes
toda la poesía que le quedaba;
volaron las almas desoxigenadas,
la savia pícara e imprudente.
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Se esfumó
el cortejo del vida-andante
con el asfalto enloquecido;
las carnes de gallina,
y los salmones
de las grandes avenidas.
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Si alguna vez pierdo
al igual que las aceras y las farolas;
la pluma crédula y ansiosa,
la mar vertiginosa.
No me dejen vivir
porque ya habré muerto.
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No sé si me sigue, joven amigo. La televisión se cobra gran parte de nuestras vidas de una manera corrosiva, en su vil maniobra de distracción; la literatura sólo goza de los secos lechos, de aquellos ríos por los que una vez izaron sus velas las ideas, de libre muestrario para el ciudadano de a pie. Incluso las escuelas, abusan, según ideales políticos, de sus doctrinas como un mero medio de difusión. Nada es poético joven amigo. Nada. "
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Ante tal disertación, quedé conmovido, al sentir la tristeza con la que se expresaba el cuerpo centenario que se encontraba frente a mí.
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- ¿Y qué espera de mí, exactamente?-. Pregunté.
- El destino le trajo a mí. Así que debe ser usted quien me ayude.
- Pero ¿Cómo?
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"Dentro de tres días cumpliré ciento quince años, y con ello, moriré. Me quedan tres días de vida, y al menos, quisiera morir con la tranquilidad de poder dejar mi herencia en buenas manos. No tengo hijos, ni familiares conocidos. Mi herencia es toda la obra que cronometra una vida que pronto acaba, como debe ser. Quiero que usted se quede con todas mis pertenencias. Pero de entre todas esas cosas, muchas de ellas, banales, están los libros que he ido escribiendo a lo largo de mi existencia. Jamás vi correcto por mi parte publicarlos. Primero, porque pensé que no eran necesarios; por entonces la humanidad poseía grandes hombres que les regalase los impulsos adecuados; ahora, tampoco deben ser publicados. El mundo necesita que se reconstruya humanamente y ahí mis libros no pintan nada. El mundo, cómo le diría... Se necesitan voces. El ser humano de hoy necesita de voces propias de sus gentes, voces que quiebren a los Best-sellers, que alcen tanto la voz que el comercio no pueda con ellas. Por todo esto quiero dejarle a usted mi legado. No para que lo publique, aun sabiendo, que una vez que yo muera, usted podría decidir a su antojo; sino para que le dé buen uso, porque sólo necesito mirarle a los ojos para saber que es usted escritor, y que sabrá perfectamente que hacer con tal herencia."
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Sólo una vez volví a la calle Se necesitan voces. Nº1. 2º Dcha. Ya no quedaba la más mínima huella, del paso de aquel hombre con voz de estruendo, barba gris, y ojos también grises. A la semana de haber vuelto, después de la charla que mantuve con él, se pusieron en contacto conmigo los señores de un bufete de abogados. Sí. Acepté la herencia que aquel anciano me dejaba habiéndome conocido tan sólo en unas horas. De entre todas las cosas estaba aquel legado que pronto se convirtió en mi mayor tesoro. Los libros del anciano me sonreían, me lloraban, me enseñaba a vivir con sus lecturas. Jamás tuve riqueza mayor hasta el día que los recibí como propietario.
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De toda ésta historia hace ya cuarenta años. Actualmente vivo de lo que escribo. He escrito muchos libros, todos ellos publicados y bien vendidos; todo se lo debo a él. Nunca publiqué su obra tal y como él deseaba; sólo se la mostré a aquellos que merecieron ser dignos de ella, puestos a prueba gracias al método que el sabio me enseñó. La pudieron leer las personas que al igual que yo, tenían que… necesitaban, reconstruir el mundo como alguien quiso una vez que se hiciera; con nuevas voces, voces puras que nunca tuvieran la necesidad de usar su fuerza en la palabra, para decir: Se necesitan voces.

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