"Se Necesitan Voces" Parte 1ª

Posted by Eduardo Flores | Posted in , , , | Posted on 2:21

"Se necesitan voces." Eran las únicas dieciséis letras que se distinguían en el anuncio.
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Sumido en un café sanguinolento me encontraba en aquél el primer día de mi existencia. Hacía ya rato que sentía cierta crispación de nervios al ver cómo se alternaban las nubes y los humos procedentes de la ciudad en el vasto azul, “cosas de la vida” pensé. No sé, un principio de injustificada ansiedad. La vida transcurría con su sencillez diabólica, dejándose ir cuando, rindiendo honor al significado de la palabra azar, decidí otear la hoja de periódico más que pisoteada que el viento vino a traer a mis pies. Harto de ver la escena monótona que la calle presta a quien le dedicase un momento de atención, no se me ocurrió mejor distracción que esa. Además, la calle, seguiría rodando en todo momento, podía volver luego a mirar la película. Sus gentes, la mayoría, caminaban distraídos en sus propias luchas; otros, mantenían conversaciones que muy a pesar mío, mis oídos no alcanzaban a escuchar.
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Tras un tiempo con la vista anclada al papel sin llegar a leer palabra alguna, tropezaron mis ojos con un anuncio. Uno de esos de las secciones de anuncios por palabras que suelen traer los periódicos, en los que la mayoría ofrecen una serie de serios servicios lúdico sexuales. En el anuncio en cuestión, se podía leer un mensaje que despertó en mí, un olfato lobuno y una enrome curiosidad: Se necesitan voces. Más aún porque justo debajo de él, no figuraba ni un solo número de teléfono. Como único contacto para poder acudir a su reclamo se mostraba una dirección: C/ Se necesitan voces. Nº 1. 2º Dcha.
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Desperté del ligero letargo en el que andaba sumido tras la insólita lectura. Llevaba casi veinte minutos con el maldito anuncio encarcelado en el presidio que puede llegar a ser la mente humana –nada entra y nada sale-, una especie de vuelo estacionario. Me había quedado completamente absorto ante cosa tan rara, pensando "un anuncio cuyo único enunciado coincide con la dirección de contacto" "pero ¿quién coño hace algo así?". No paré de darle vueltas una y otra vez. Me animó. Ya digo, el día no parecía ser más fructífero que el anterior, o el anterior del anterior. Y aquello, tenía su punto literario, un conato de misterio.
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Pedí otro café. Creí llegar a la conclusión de que podía -por qué no-, intentar ir a esa dirección y hallar el motivo de su existencia. Por otro lado, dar con la persona que lo colgó en el periódico. De cualquier manera nada tenía mejor que hacer. Hacía meses que no escribía una sola palabra -para qué-, con la carrera que llevaba, casi daba igual escribir algo hoy que dentro de seis meses; iba a ser lo mismo, seguiría trabajando en la misma mísera y repugnante tienda de repuestos y me limitaría a seguir publicando mis poemas y mis cuentos por donde quieran que cayesen, a los que por cierto, no entraban más que amigos cuyos comentarios de apoyo, contribuían a aumentar mi desánimo.
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Dejé la cafetería en su sitio, y yo hice del mío, el desarrollo de la avenida sin nombre, rumbo a encontrar referencias para poder llegar a lo que ocupaba la mayor parte del espacio en mis pensamientos: la calle "Se necesitan voces". Caminaba dándole a esta historia motivos fantásticos para seguir adelante mientras mi escepticismo luchaba de forma feroz, por impedir la estupidez de buscar el origen de un anuncio por palabras en el que, ni se ofrecía nada, ni se demandaba nada, al menos, cierto a simple vista. La lógica, me hizo suponer, que encontraría el final de mi búsqueda rápidamente si acudía al callejero de la ciudad que guardaba en la guantera de mi coche.
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Mientras que abría la puerta del viejo Ford Orión, tuve la sensación de que todo no podía ser tan fácil. No me equivocaba. Saqué el viejo callejero de la guantera, que ya era viejo, cuando después de haber cambiado el nombre de la propiedad sobre el vehículo en una gestoría, su antiguo propietario tuvo la amabilidad de dejármelo. Sabía que llevaba poco tiempo en la ciudad. Le di mil y una vueltas al dichoso callejero y no encontré una sola calle cuyo nombre se le pareciese a la ya obsesionante dirección del anuncio. Un azote de desesperanza me cegó la mente y por lo pronto, no se me ocurrió nada más que castigar la guantera cerrándola de un portazo. Me dije "a ver, tranquilo ¡Cómo has podido pensar que una calle pueda llamarse de tal manera, coincidiendo con el enunciado de un estúpido anuncio por palabras! No dejaba mi conciencia de tener razón, sin embargo, tampoco me ayudaba demasiado su eco de sentido común. Por un momento estuve a punto de dejar mi ridícula búsqueda de lo imposible, y de largarme a casa, pero algo en mi interior me sometía a ella como si al final del camino fuese a encontrar algo “algo. Pero,… qué”.
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Después de algo más de una hora de meditar y meditar, sentado en un banco de la alameda donde estaba aparcado el coche pensé "quizá si llamaba al periódico podría conseguir la verdadera dirección del sitio que buscaba" depositando toda mi esperanza en esa opción. Así que, subí al auto dispuesto a dirigirme a la cueva, que es como me gustaba llamar al piso del alquiler en el que me guarecía del mundo, y una vez allí, llamaría al periódico. Ocupé el asiento del coche que me correspondía para manejarlo, y al tiempo que introducía la llave en el contacto, una imagen se me planteó sorpresiva y veloz al mirar de reojo, en un acto reflejo, a través del parabrisas. Pegado al cristal y sujeto con la goma del limpiaparabrisas, un sencillo panfleto de color verde oliva cuyo enunciado se vertía con letras de estilo gótico sobre la celulosa curtida, demasiado familiar para limitarse a una extraña coincidencia: Se necesitan voces. Seguida al enunciado, la dirección de la discordia.
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No pude evitar mirar a mi alrededor. Nadie parecía ser el culpable del delito de trastornar mi salud mental con misteriosos anuncios. Salí del coche, cogí el panfleto, lo doblé, y partí como un rayo hacia la cueva. Ahora estaba más seguro que nunca de querer conocer el origen del mensaje.
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Abrí la puerta de aquello que podía llamar hogar y salté al lugar donde tenía el teléfono. Agarré la guía como agarra un ave de presa a su pieza, y empecé a pasar páginas como un poseso. Después de varias búsquedas erróneas me di con el nombre del periódico, su dirección, y su ansiado número de teléfono. Seguidamente marqué los números en el aparato hasta que una voz de mujer respondió:
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- La noticia impresa, buenos días ¿en qué puedo ayudarle?
- Buenos días. Verá, he encontrado un anuncio en la sección de anuncios por palabras de su periódico y estoy bastante interesado en él. Mire, la dirección debe estar equivocada porque coincide con el enunciado del anuncio. No creo que exista, no aparece en los callejeros de la ciudad.
- Pues, no sé cómo podríamos ayudarle porque...
- Señorita, el anuncio dice tal que así "Se necesitan voces".
- De acuerdo, vamos a ver… Ha tenido suerte.
- ¿Cómo dice?
- Le digo que ha tenido suerte. Ese anuncio se lleva publicando desde hace cinco semanas y los encargados de publicarlo tuvieron el mismo problema que usted, así que esperaron a que el anunciante volviese a llamar para preguntarle si todo estaba correcto.
- ¿Entonces?
- ¿Tiene lápiz y papel a mano?
- sí.
- Aquí tiene: Avd./ Isabel La Católica. Nº 115. 5º D.
- Muchas gracias señorita. Tenga usted un buen día.
- Gracias, igualmente.
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Por fin parecía ver un poco de luz en todo esto, pero las incógnitas, cobraban más fuerza después de los datos aportados por el periódico. No había ningún error, porque de hecho, en el panfleto aparecía igualmente la misma dirección, llamémosle, misteriosa.
Con las mismas, cogí las llaves del coche. No sabía si las iba a necesitar pero al menos, el callejero sí me sería útil, y salí a la calle como una exhalación.
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Me decanté por ir andando hacia la boca de metro más cercana y usar el transporte público para llegar a mi destino. Empezaba a sentir un ligero pellizco en el estómago, se lo atribuí a que la hora de comer andaba cerca. Sin embargo, mi Yo interno sabía perfectamente a qué se debía ese pellizco: estaba a punto de alcanzar el final de este extraño periplo. Mi emoción no podía hacer más que aumentar, y desquiciar mis nervios. Pensé, que por muy estúpido que fuera el final de esta historia, el hecho de haber estado inmerso en la búsqueda había alejado mi a mi mente de la escritura. Últimamente todo se había convertido en un auténtico martirio: La ansiedad ante el ordenador, la pantalla en blanco, montones de hojas sueltas alrededor; con apuntes, imágenes,...
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"No puede ser", "¡Pero qué demonios...!"
"Se necesitan voces." Anunciaba el banner que adornaba el mamparo del vagón en el que me encontraba, camino del fin del mundo, y en éste momento, con cara de gilipollas. El tren paró. Salí del vagón sorteando a la gente, y emboqué las escaleras que me llevarían a la calle, y ella, a mi inmediato y esperado destino.

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