Miedo del miedo (Parte I)

Posted by Eduardo Flores | Posted in , | Posted on 10:28

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Menos que una brisa de origen desconocido agita los tallos y en ellos, las hojas de las plantas que habitan el patio central del piso, al otro lado de la ventana del cuartucho. Todas las ventanas interiores dan a él. Nuestro vigilante se estremece al pensar por un momento que, de entrar alguien, podría hacerlo perfectamente por ahí. Es más, se dibuja a la perfección en su cabeza la escena intrusiva y silenciosa. “Al menos es preferible encontrar a alguien por ahí fuera, merodeando los pasillos porque… y si no es así ¿qué otra cosa puede estar acechándome?” No quiere volver a mirar más la ventana. Cada vez está más seguro que si algo le ataca o lo da un susto de muerte, lo haría por ese mismo lugar.

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“Otro ruido más y salgo a echar un vistazo”. Sin embargo iban tres las veces que nuestro vigilante argumentaba su valentía, escudado detrás de una cuestión de tiempo. La butaca, aunque cómoda en principio, parecía vibrar con cada sístole y diástole provocando en el celador cierta impostura expectante, una posición de guardia alta mal disimulada ante una posible presencia oculta, vaya usted a saber dónde. Frente a la butaca, la ventana entreabierta apenas deja otear la tenebrosa oscuridad que tras el vuelo de un visillo permeable, amenaza con un estallido de rostros, tal vez, gobernados por dentaduras inenarrables, ojos de todos los tamaños, caramelizados por finos truenos de rojos derramados. Así mismo se encuentran los suyos a causa del número de noches como esta, en la que sentado en una confortable butaca, se siente observado por un ente o criatura que atenaza sus músculos con el sólo poder de su inexistencia.

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Se finge interlocutor consigo mismo “¿no hace más calor ahora?” Mientras, un leve sonido apenas perceptible hace eco en sus oídos. “Sí, no estoy solo. No me estoy volviendo loco. Ahí, justo ahí, detrás de la puerta debe haber algo ¿cómo si no…? “discurre a la par que su atención se fija en el pomo de la puerta. Lleva más del tiempo que cualquiera pudiera considerar normal en cualquier situación, más incluso que si esperase a alguien. No pestañea y de súbito, quizá el momento esperado se acerque: inclina raudo su cuerpo en una extraña posición de defensa. Justo en el movimiento, su mente proyecta de forma clara lo que hace unos instantes, era el giro perfecto y lento del pomo de la puerta que no hizo más que revelar el reflejo de un mínimo movimiento de cabeza, multiplicando por mil su velocidad. “No aguanto más” El cigarro se ha quemado en sus dedos agudizándose el dolor con el sólo respirar jadeante. “Debo salir fuera, dar una ronda y tal vez, al comprobar que todo esto no es más que mera sugestión podré continuar con la jornada sosegado y sin sobresaltos” No es así como nuestro vigilante se debate entre salir a echar un vistazo o seguir en la butaca temblando por lo desconocido.
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La luz que ilumina el cuartucho en el que ejerce su retén acusa una leve bajada de tensión. Lívido, la sangre se le detiene y ya no soporta más la idea de permanecer más tiempo sujeto a la espera de que lo inevitable se le derrame por la venta o la puerta de forma sorpresiva. Casi abraza la incipiente aventura cuando baraja las posibilidades de una intrusión fortuita sin una sola buena intención. “Para eso estoy aquí se supone” piensa en un espejismo parecido a la valentía. “Así que de acuerdo. Fuera de esta habitación no hay nada porque… he cerrado, y me he asegurado bien de ello, la puerta que da al exterior del edificio; todas las habitaciones están ocupadas menos una por lo que las ventanas de las mismas están controladas” una vez más un ruido, sordo y duradero vuelve a sonar al otro lado de la ventana: otro sobresalto “ todo está más que controlado por más que ese maldito estrépito me haga creer otra cosa pero… la claraboya…”

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Ya de pie, golpeadas las arrugas del pantalón producidas por el ajetreo sobre la butaca, agarra con falsa firmeza el manojo de llaves reposado sobre la mesa, junto a la puerta que le separa de lo que él asegura como lo extraño. Le sudan las manos, la izquierda aprieta el manojo de llaves, la derecha resbala en el pomo dorado con exasperante torpeza. La puerta abierta a su espalda, extrae de su cinturón la linterna ya encendida por los nervios. El primer tramo del pasillo se extiende delante de él. A su derecha, la oscuridad del patio le empuja con fuerza hacia la pared de la izquierda para, con algo más que cautela y sin perder de reojo la amplia macetilla, avanzar en busca de la nada. Una vez más, el mismo sonido que lleva aterrorizándolo toda la noche domina sobre el silencio por un tiempo que a nuestro vigilante se hace eterno.

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